jueves, 22 de octubre de 2015

Roma

Tarcila estaba enferma. Era la mujer de ese cuento, que cae en cama donde un insecto anidado en su almohada le chupa toda la sangre y muere al final. Nadie conocía la causa de su mal, hasta que la mucama, una vez muerta la señora, cambiando las sábanas descubre al animal.
Era ella.
O no. Era él, el hombre, el que queda viudo después de ver a la esposa en larga agonía sin poder hacer nada, sin ser capaz de llegar al fondo del asunto. Era los brazos cruzados, el ir y venir por la habitación, el conversar con los médicos, el perderla poco a poco, la impotencia, las manos atadas.
Era él.
O no, era ella, la otra ella: la mucama. La empleada fiel que nunca notó que en esa almohada un parásito se llevaba la vida, las mejillas rosadas, la risa, la juventud. Era la culpa, el debí haberme dado cuenta, el llanto en el cuarto del fondo, el pedir perdón demasiado tarde porque sabes que debiste haber hecho mejor.
Era ella.
O no, era ellos, los médicos. Era los doctores que no notaron que esto no era un debilitarse, no era enfermedad, no era muerte natural. Era algo me está matando, nos está separando de la vida, algo se apodera de mí y me lleva lejos. Y no lo vimos, no sabemos, no supimos. No importan la experiencia, los títulos, los diplomas en la pared. Te escurriste de nuestras manos como arena tibia en una mañana soleada.
Era ellos.
Era todos. Era la enfermedad, la muerte, la impotencia, los ojos cerrados, el no saber, el mirar al costado, el recuerdo y el verte al final del pasillo, sin color en el rostro, la sonrisa débil, las manos vacías y yo al fondo, al otro lado, lejos ya, muriendo, errando, desviando la mirada, cerrando el libro, final del cuento, adiós amado, adiós mi vida y no hay nada que pueda hacer ya, el sol se pone detrás de las olas, cierro los ojos, cierro el libro, se acaba el cuento, ve tranquilo, el amor duerme, se terminó el libro, llegó el final, nos escapamos, despedida infinita, que no termine este abrazo, pero mis ojos están cerrados y soy cuerpo inerte, el alma flota en la habitación y se va lejos, no queda duda: es el final.

jueves, 15 de octubre de 2015

Morar

Hace diez millones de noches
que no duermo.
Vives en mi cabeza,
robas mi sueño.
Vives
en el tic tac del reloj,
en los ruidos de la calle
desierta,
en el sonido de las gotas
del caño de la cocina
que cuando te fuiste
dejó de funcionar.

Esta casa inmensa
solo alberga tu recuerdo
y mi fantasma.
Acechamos los pasillos,
arrastramos las cadenas,
caemos al abismo
del olvido,
de la pena.